El año concluye. Algunas etapas se cierran y otras se abren. Y en el camino: experiencias. Algunas bonitas, otras no tanto. Pero de todas hay que aprender.
Hacía tiempo que no me pasaba por este blog, pero creo que recordar los mejores aprendizajes de este año es una buena razón para volver.
Aprendizaje 1. Mi propósito
Por fin he comprendido qué es lo que me hace feliz; cuál es mi propósito. He tardado, pero ahora estoy muy seguro de qué se trata. Aprender es para mí una necesidad vital, una actitud frente a los problemas, un estilo de vida… Pero a menudo parece tener un límite. Es como si el escenario que se aparece ante mí fuera plano y predecible. Poco estimulante. ¿No te ha pasado nunca?
Llegado a ese punto, cualquier obstáculo no es más que una oportunidad para saltar más alto. Y es frustrante si no saltas más alto. Pero, además, saltar más alto no resulta especialmente gratificante. Esa autoexigencia mal entendida puede resultar muy estresante y hacerte perder el foco.
Sin embargo, en los últimos meses he aprendido a aprender. He aprendido a encontrar oportunidades para aprender donde parecía que no había. Sobre todo he aprendido a encontrar señales que me ayudan a encontrar caminos por los que seguir aprendiendo. Y lejos de volver a encontrar el límite, sucede que encuentro nuevas oportunidades. Cada pequeño resquicio es un nuevo universo. En realidad no es que ya lo supiera todo, sino que mi arrogancia me impedía ver más allá.
Para aprender a aprender he debido despojarme de mi arrogancia. Sólo con humildad he podido encontrar nuevos terrenos para desarrollarme y crecer. Y eso me hace feliz.
Aprendizaje 2. Celebrar
Durante este año he aprendido muchas cosas. Algunas relevantes, otras no. La mayoría como resultado de errores, algunos de ellos muy dolorosos. Me gusta seguir “el camino del dolor” porque me lleva a aprender, pero me sitúa permanentemente en el límite entre el éxito y el fracaso. Ciertamente he aprendido a convivir con esa sensación de estar frecuentemente al borde del vacío y es una sensación que creo que, en gran medida, es útil. Ese “hambriento pero no débil” es un buen acicate para explorar los límites, pero es un estímulo de corto recorrido y que no es recomendable mantener demasiado en el tiempo. Lo digo por propia experiencia.
Pararse de tanto en tanto para contemplar los éxitos, aunque estos sean pequeños, es gratificante. Pero no sólo sirve para engordar el ego, también es útil para relajar ese estrés y, sobre todo, para poner el foco por un instante en aquello que funciona. Celebrar un éxito me hace sentir bien y ayuda a que lo vea como relevante.
Y lógicamente, esto que funciona conmigo también funciona con los demás.
Los que me conocen o han trabajado conmigo, saben que soy poco amigo de dar “esa palmadita en la espalda” para que no se confunda con una indulgencia poco pedagógica. Ya sabes, ese estilo “Alberto Chicote” o “House” que tanto me gusta. Pero ya lo decía Aristóteles: “La virtud se encuentra en el equilibrio”. Ojo, no se trata de pasar de un extremo a otro, del rigor más exigente a la indulgencia acaramelada. Este año he aprendido que felicitar de vez en cuando hace justicia, favorece que todos aprendamos también de aquello que hacemos bien y, de paso, hace más fácil el camino que tratamos de andar juntos. Que no es poco.
Aprendizaje 3. Ser coherente es muy difícil
Cuando acompaño a algún equipo o tengo que resolver alguna duda en una consultoría, siempre lo contrasto con los valores y principios Lean y Agile. Busco coherencia en mi respuesta. Para mí, ser coherente es importante. Tanto que muchas veces me frustro porque otra gente no lo es. Pero olvido que ser coherente es muy difícil. También para mí. Quizás yo ya esté acostumbrado a estar cómodo en lo incómodo y por eso no me importe tanto estar sometido a este constante escrutinio. Pero no es justo pedirle lo mismo a todo el mundo.
Desde luego, este año he aprendido a ser más comprensivo con los demás. A preocuparme por sus razones, por sus miedos, por sus necesidades. Entender a los demás me ha permitido aprender de ellos y, sin perder mi coherencia, encontrar mejores caminos para crecer mutuamente.
Seguro que estás pensando ahora: “¡Jose Manuel, te estás ablandando!”. Puede ser. Este año he aprendido que ser tan duro no es necesario y que hay otras maneras de conseguir los mismos objetivos. He descubierto que ser rígido no es coherente con mis propios valores. No lo he conseguido del todo, pero cada vez me cuesta menos.
Y tú, ¿qué has aprendido este año? ¿Lo compartes?