Por qué necesitamos héroes (o no)

Portada del album Heroes de David Bowie
Tiempo aproximado: 6 min.

Hoy en la @bonilista he leído esto que David ha resaltado “La industria no suele generar esos protagonistas capaces de cambiarlo todo con una heroicidad…” y no he podido evitar recordar un libro que estoy leyendo a ratos: “The Science of Storytelling: Why Stories Make Us Human, and How to Tell Them Better” de Will Storr (también publicado en español como “La ciencia de contar historias”). En particular he recordado el capítulo donde se explica el origen de esa necesidad que tenemos tan frecuentemente en occidente de sentirnos héroes.


Nuestro cerebro

Todos los seres vivos estamos programados para sobrevivir y reproducirnos. Convencer a nuestras potenciales parejas de que somos deseables requiere una profunda comprensión de conceptos sociales como la atracción, el status, la reputación o los rituales de cortejo. En resumen, podríamos decir que la misión de nuestro cerebro es controlar nuestro entorno y por ello está en permanente estado de alerta. Un cambio inesperado es una amenaza, pero también es una oportunidad.

Hemos evolucionado de tal manera que la curiosidad es una de nuestras características más relevantes. Nos permite reaccionar adecuadamente a esos cambios inesperados y también entender (y controlar) el mundo que nos rodea. Así, sentimos una atracción natural por las historias que presentan algún hueco en sus hilos argumentales. Además, tendemos a cubrirlos nosotros mismos. Es una manera de anticiparnos.

Esto también aplica a lo que presenciamos y luego recordamos. No registramos todos y cada uno de los eventos que suceden a nuestro alrededor ni, por supuesto, todo lo que ha sucedido, sino que reconstruimos la historia, rellenando los huecos con lo que mejor encaja en nuestra manera de ver el mundo.

Por tanto, nuestro cerebro construye un “modelo alucinado” del mundo, elaborado a partir de observaciones, pero también a partir de nuestros “invents” (valores, creencias, sesgos… como les quieras llamar). Vamos, que vivimos en nuestra propia Matrix. Todo esto lo cuenta, el autor, para que entendamos lo mucho que necesitamos las historias para comprender lo que sucede a nuestro alrededor. Vivimos en la historia que nosotros mismos nos contamos y la curiosidad es el mecanismo que nos ayuda a controlar nuestro mundo.

También habla de personalidades como características de nuestro comportamiento: qué pensamos, de qué temas hablamos, cómo nos comportamos socialmente, qué recordamos, qué deseamos, qué nos alegra o nos entristece… Bastante interesante si te dedicas a la creación de personajes de ficción, pero no me voy a detener en ello porque me interesa más el capítulo que dedica al manido concepto de “cultura”, entendida como esa lente colectiva a través de la cual vamos viendo y construyendo ese “modelo alucinado” que somos cada uno de nosotros. Esta distorsión tiene especial influencia cuando somos niños.

Las Olimpiadas

Y aquí quería llegar yo. En los países occidentales, cuenta Storr, nos criamos en una cultura individualista nacida en la antigua Grecia, por lo que tendemos a valorar la libertad individual y percibimos el mundo como un conjunto de piezas individuales. Esto es así porque la autosuficiencia era clave para el éxito: ser un individuo omnipotente se convirtió en un ideal cultural. Las Olimpiadas son producto de este modelo mental.

«Esto cambió la manera en la que la gente pensaba sobre la causa y el efecto, anunciando así la civilización occidental.»

“Life on Purpose”, Victor Stretcher (Harper One, 2016) p.24

Todo esto se refleja en el tipo de historias que nos contamos (y mediante las que aprendemos). Así, los mitos griegos normalmente tenían tres actos que hoy día se conocen como “planteamiento, desarrollo (o nudo) y desenlace” y en los que el protagonista solía ser un héroe singular. Seguramente también te suena el viaje del héroe que popularizó Joseph Campbell. Ambos tienen en común un camino lineal en torno a un conflicto que el héroe resuelve (o a cuya solución contribuye decisivamente). Como espectadores nos identificamos con el héroe y le acompañamos en su propia evolución, aprendiendo con él, poniendo en jaque nuestros propios prejuicios, etc. Si la historia está bien escrita nos engancharemos a la misma. Recuerda que está en nuestra naturaleza cubrir esos huecos.

Estructura en tres actos junto al viaje del héroe de unaeditora.com

Lo relevante aquí es que varios estudios científicos comprueban que ésta es la estructura que replican niños pequeños en Estados Unidos a los que se les solicita contar una historia cualquiera: un héroe que se enfrenta a una crisis, lucha para superar los obstáculos y finaliza con éxito. Es decir, las historias de héroes forman parte de nuestra cultura y son parte esencial de cómo modelamos nuestros valores y creencias.

Pero no sólo esperamos que haya un héroe en cada historia, también esperamos (así lo aprendemos) que cada historia se desarrolle de manera lineal: un principio, un desarrollo y una resolución. Como cuando elaboramos una planificación para un proyecto. No es que esté mal, es que es así como vemos el mundo en Occidente.

El kishōtenketsu

¿Por qué resalto lo de “en Occidente”? Pues porque las historias que se cuentan en Asia son bien diferentes. Para empezar, no hay un héroe (protagonista desde el inicio de la historia), ni siquiera un narrador, sino que las historias se cuentan a través de los diferentes personajes. Cada cual aporta sólo una porción de la realidad, aunque ello implique ciertas contradicciones. Somos la audiencia quienes tenemos que desentrañar el significado de todo ese entramado de historias que se entrecruzan.

En la antigua China tuvo más éxito una cultura que valoraba el éxito del grupo por encima de los logros del individuo. Ésta se exportó a gran parte de la región y eso ha llevado a que interpreten su realidad (ese “modelo alucinado”) como fuerzas interconectadas, no como piezas individuales. Y es así como las explican.

«En esas historias, de acuerdo con el psicólogo Uichol Kim, ‘nunca te dan la respuesta. No hay un cierre. No hay un felices para siempre. Te dejan con una pregunta para la que tienes que decidir por ti misma. Ése es el placer de la historia. (…) En Occidente combates contra el demonio, la verdad prevalece y el amor lo conquista todo. En Asia es una persona que se sacrifica quien se convierte en héroe, y cuida de la familia, la comunidad y el país.»

“The Autobiographical Self in Time and Culture”, Qi Wang (Oxford University Press, 2013) pp. 46, 52

Igual que los tres actos de Aristóteles o el camino del héroe de Campbell, en Oriente tienen el kishōtenketsu, que se estructura como: una introducción a los personajes, un desarrollo de la historia, un giro sorprendente o incluso aparentemente desconectado, y termina con una conclusión en la que se nos invita a encontrar la armonía entre todos.

Kishōtenketsu según theartofnarrative.com

Según Storr, “Para los orientales, la realidad es un campo de fuerzas interconectadas. Cuando se produce un cambio inesperado y amenazante, es más probable que vuelvan a imponer el control intentando comprender cómo hacer que esas fuerzas turbulentas vuelvan a estar en armonía para que puedan existir todas juntas. Lo que tienen en común es el propósito más profundo de la historia”.

Ésta es la principal diferencia entre las historias occidentales y las orientales: las primeras terminan con una fuerza venciendo sobre las demás, mientras que en las segundas terminan con una integración de todas las fuerzas en un nuevo equilibrio. En este vídeo dan buenos ejemplos de películas que emplean esta estructura narrativa.

Pero una estructura narrativa no sólo sirve para escribir historias, también representa un modelo mental desde el que pensamos y seguimos desarrollando nuestro “modelo alucinado”, es decir, representa nuestra manera de aprender y tomar decisiones. Seguro que ya has conectado esta idea con un montón de situaciones en las que aplicarla: una retrospectiva, una situación de conflicto, la resolución de un problema complejo, etc.

Heroicidades

Decía David que “La industria no suele generar esos protagonistas capaces de cambiarlo todo con una heroicidad…” , aunque debo añadir que es frecuente que nos comportemos como si fueran parte indisoluble. Trabajamos en empresas líderes en el sector, contamos nuestros CV como si fuéramos héroes (o heroínas), aplaudimos a figuras relevantes por sus excepcionales contribuciones, marcamos KPIs difícilmente alcanzables para motivar a la plantilla a conseguir resultados que destaquen… Sin embargo, cuando reflexionamos detenida y honestamente por qué tenemos éxito, siempre tenemos que reconocer que el nuestro es un trabajo de equipo o que una parte importante de nuestro éxito fue gracias al sacrificio desinteresado de otras personas.

Vivimos una época en la que Occidente y Oriente comparten cada vez más historias. Está en nosotros elegir con cuáles quedarnos para completar nuestro “modelo alucinado”.


LA FOTO: Dedicada a otro David, a Bowie, que nos dejó en 2016 y escribió esta magnífica canción del álbum al que pone título: “Heroes”.