Según la RAE, un impostor (o una impostora) es aquella persona que se hace pasar por quien no es. Es más frecuente de lo que nos pueda parecer. De una manera u otra, a lo largo del día, todos somos un poco impostores. Saludas educadamente a ese vecino cotilla que tan mal te cae, vistes con chaqueta y corbata para ir a la oficina, aceptas con una sonrisa que tu jefe te diga que “Esto tiene que estar esta semana sí o sí” mientras le respondes “Por supuesto, sin problema”, afirmas ser prácticamente bilingüe durante esa entrevista de trabajo, camuflas tu opinión política durante la cena de Navidad para evitar discutir con tu cuñado, o tratas de deslumbrar a esa chica mostrando tu sensibilidad ante la pintura de Vermeer a pesar de que eres más del Atleti. En definitiva, no siempre encontramos el valor suficiente para mostrarnos auténticamente.
Sin embargo, tampoco es fácil determinar qué significa autenticidad, pues es algo subjetivo. Sólo yo mismo sé cuándo mi comportamiento está siendo genuino, sin filtros. Esto nos lleva inevitablemente a considerar diferentes sesgos cognitivos, como el síndrome del impostor o el efecto Dunning-Kruger. Es decir, incluso la intencionalidad a la hora de mostrarse como auténtico está sujeta a interpretación. Ese impostor que no pretende engañar a nadie, pero que se ve a sí mismo como tal y que actúa para tratar de revertir la situación. O ese impostor que no es consciente de que está engañando, pues su propia visión distorsionada de sí mismo le impide ver la realidad. Ambos son ejemplos de impostores involuntarios.
Por tanto, al hablar de impostura estamos también hablando de cómo los demás interpretan la información que les hacemos llegar, es decir, se trata de cómo comunicamos. Así, esa autenticidad a la que me refería más arriba está claramente afectada por nuestras habilidades para comunicar. En cada acto comunicativo transmitimos información, pero también confianza, arrogancia, inseguridad… Cada receptor interpretará nuestro mensaje a su manera. Un buen impostor, pues, conseguirá que los demás piensen de él que se trata de alguien auténtico, sin apariencia de falsedad. Si el receptor detecta la impostura, clasificará nuestra intención como maliciosa.
Pero qué pasa con aquellos que impostamos nuestro comportamiento con una buena intención. De los mejores actores alabamos la credibilidad de sus actuaciones. Y sin embargo, reconocemos que no nos están mostrando sus verdaderos pensamientos. Los actores son impostores. Y nos parece bien. Algo parecido pasa con los escritores de ficción, directores de cine, publicistas, etc. Ese pacto tácito, según el cuál les pagamos para que nos provoquen un rato de placer mediante el uso de la mentira, es un pacto aceptado desde las primeras generaciones de la Humanidad. Las historias nos seducen hasta tal punto que nos dejamos convencer de que aquello que nos están contando es cierto. Las grandes historias son las que perduran en nuestra memoria, nos inspiran y nos transforman interiormente.
¿Es esto aplicable a todos los comunicadores profesionales? Me refiero a profesores, consultores, divulgadores, periodistas, tertulianos… Gente que cobramos por contar cosas que pretenden ser ciertas, pidiendo que los que nos oyen hagan un acto de fé basado en la credibilidad que transmitimos. Si el mensaje que te transmito no es consistente con todo lo que das por cierto, te encuentras entonces ante un dilema: aceptar el nuevo mensaje como válido y cuestionar todo lo que sabes hasta ahora, o rechazar la nueva teoría buscando un argumento que soporte tu decisión. Cuando eres un adulto es más fácil optar por lo segundo.
Los que nos dedicamos a esto de provocar cambios en las empresas tenemos un gran reto, pues nuestro trabajo no es meramente identificar procesos ineficientes y aconsejar planes para mejorarlos. Hay componentes irracionales que nos llevan a trabajar en el terreno de la confianza, la credibilidad, los sentimientos… y todo ello, como hemos visto más arriba, se basa indiscutiblemente en la comunicación. Estamos obligados, de una u otra manera, a dominar las herramientas de los impostores. No nos vale simplemente ofrecer argumentos válidos e indiscutibles. Debemos seducir a nuestra audiencia y contarles una historia que perdure en su memoria, que les inspire y les transforme interiormente, para que el cambio perdure en la organización.
Te dejo esta presentación de @jasonlittle y el artículo en su blog sobre este tema. Deja tu comentario más abajo. Me encantará saber qué opinas.
LA FOTO: La imagen que encabeza este artículo se corresponde con la que, probablemente, es la máscara más antigua del mundo.