Hace tiempo tuiteaba esto:
https://twitter.com/jmbeas/status/389308589128843264
La Semana Santa ha despertado en mí este recuerdo.
¿Y qué tiene que ver una cosa con otra? Bueno, vayamos por partes.
¿Qué quiero decir con “gente aspiracional”?
En resumen: “aspiracional” es aquella persona que se identifica con lo que puede llegar a ser, sin tener en cuenta si es realista el camino para conseguirlo. Un “wannabe” en toda regla. En el terreno del marketing se usa frecuentemente porque es un perfil de cliente muy rentable. Creo que una buena definición de perfil de cliente aspiracional ha sido publicada hace poco aquí.
La clase media, casi por definición, suele estar formada por este tipo de personas. Gente que, impulsados por sus anhelos, consumen para acelerar ese proceso de convertirse en aquello a lo que aspiran. Gente necesaria para el modelo de sociedad capitalista en el que vivimos.
En Semana Santa suelo viajar hasta Isla Cristina para pasar las vacaciones con mis padres. Durante estos períodos vacacionales suelo observar cómo “la clase media” pasea, bebe, come y, en general, disfruta de su tiempo de ocio en las muchas terrazas de este pueblo de la Costa de la Luz. También veo cómo se visten, qué coches conducen, qué música les gusta, en definitiva, cómo se relacionan con “sus iguales”.
Una característica común en la mayoría es ese carácter aspiracional. Quieren ser más de lo que son y les gusta enseñar aquello que han conseguido en la vida y que les distingue de los demás. Señales obvias que hagan incuestionable su situación en la pirámide social. No es importante, para ellos, cómo se ha conseguido esta posición. Lo importante es que los demás reconozcan esa situación.
Las aspiraciones vitales, por tanto, se confunden fácilmente con las aspiraciones materiales. La sociedad capitalista nos pone más fácil conseguir lo material que lo inmaterial, es decir, nos empuja a ser aspiracionales. Estaremos constantemente corriendo como hámsters en la rueda, tras una promesa que nosotros mismos nos empeñamos en creer que es posible alcanzar.
El agilismo se basa en unos principios y valores nada aspiracionales. Equipos de gente que colabora y que le da más importancia a cómo se relacionan entre ellos que a lograr sus propios objetivos materiales. Buscamos salir constantemente de nuestra “incómoda zona de confort” con el único objetivo de mejorar juntos. Claramente, agilismo es una marca inspiracional (no confundir con inspiradora).
¿Qué pasa cuando hacemos coincidir una cultura aspiracional con otra inspiracional?
Mi experiencia con el agilismo se ha desarrollado en su gran mayoría en entornos aspiracionales: estructuras jerárquicas donde se fomenta la competencia en vez de la colaboración. El choque entre ambas culturas es brutal y claramente incompatible. Las grandes organizaciones promueven la mediocridad. La competencia entre sus miembros y su deseo de no perder la posición ganada con tanto esfuerzo hace que empleen gran parte de su energía interna en mantener el status quo que ellas mismas han creado. El agilismo no oculta su preferencia por equipos que persiguen la mejora continua y, por tanto, rechazan la mediocridad. Supongo que lo que más me atrae de mi trabajo es estar presente en primera fila durante esa batalla.
Sin embargo, para un consultor independiente como yo, conseguir clientes es fundamental, tanto como que estos hablen bien de mí. Cultivar clientes aspiracionales sería más fácil y rentable. En cambio, me empeño en buscar clientes exigentes con los resultados, comprometidos con el cambio que les propongo, aunque éste les asuste o represente riesgos. Clientes de este tipo son difíciles de encontrar, especialmente en esos ambientes corporativos.
En contextos más modestos, el problema suele ser financiero. Suelen estar más preocupados del día a día de llegar a fin de mes con nóminas, oficinas y demás preocupaciones que les mantienen entretenidos dentro de su rueda. Demasiado como para ocuparse de buscar su inspiración.
Para hacer bien mi trabajo, necesito encontrar aliados dentro de las organizaciones, dispuestos a combatir esta mediocridad y, como consecuencia, a enfrentarse a ese status quo. De momento me cuesta trabajo encontrarlos. Pero está ocurriendo un cambio. No sólo en nuestro círculo más cercano del desarrollo de software o la gestión de proyectos. La sociedad misma está cambiando y comienza a valorar las cosas según otros parámetros. Y las empresas no son ajenas a este cambio. También ellas se están transformando en organizaciones guiadas por valores y principios compatibles con las personas y sus interacciones. Cierto, muy poco a poco, porque aún no están las personas adecuadas en los puestos de dirección. Pero los jefes del presente, tarde o temprano, terminarán dejando su lugar a los líderes del futuro.
Conclusión
Tanto en mi camino como parte de Reeelab como en mi trabajo como consultor independiente, siempre trato de mantenerme alerta frente a las tentaciones de ofrecerme como parte de una marca aspiracional más. Por eso cuido mucho la entrega de valor en todas las cosas que hago y rechazo toda aquella oferta de colaboración que no pone al cliente en un lugar preferente.
Para mí, lo más importante es cuidar mi reputación porque los modelos aspiracionales terminarán dejando el espacio que se merecen a los modelos inspiracionales. Ése será el momento de aquellas marcas que hayamos cultivado nuestros valores y principios como un activo estratégico y no como parte de una táctica para conseguir clientes de corto recorrido.
A eso aspiro, al menos. 🙂