Estoy aprovechando las vacaciones para poner la casa en orden. Ya sabes, para limpiar, tirar cosas inútiles,… y para hacer un poco de retrospectiva personal. He repasado lo que he escrito en el blog en 2025 y, buah, la última retrospectiva fue hace ya tres años, al cierre de 2022, en un contexto todavía muy marcado por la pandemia. Volver ahora a esos recuerdos me ha llevado a reflexionar sobre por qué escribo en el blog, así que no esperes una retrospectiva más “clásica”: revisión de cumplimiento de objetivos y compromiso público con nuevos objetivos. Eso ya no es aquí. 🙂
Escribir también tiene sus ciclos
He exportado datos de WordPress y he hecho un pequeño resumen histórico. Si miramos el gráfico, en una lectura rápida, parece que hay épocas de entusiasmo, otras de abandono y alguna que otra recaída. Pero, al cruzarlo con lo que me ha ido pasando profesionalmente, se cuenta otra historia bastante menos lineal.

Al principio, hace casi 20 años 🧓🏻, escribía mucho porque estaba aprendiendo mucho. Escribir era, literalmente, una forma de pensar. Descubrir prácticas, probarlas, equivocarme, volver a intentarlo… todo eso pedía ser puesto por escrito. El blog funcionaba como cuaderno de campo.
En aquella época me aplicaba pocos filtros: lo importante era entender y compartir. Compartir no como exhibición, sino como forma de contrastar, de devolver al colectivo lo aprendido y ver qué resonaba y qué no. También como forma de conocer a gente interesada en lo mismo que a mí me interesaba. Curioso, viniendo de un introvertido redomado como yo.
Con el tiempo, la cosa se complica. Empiezan los contextos difíciles —en lo personal y en lo profesional—, saltos al vacío, proyectos imposibles, organizaciones complejas, decisiones con consecuencias, transformaciones que no caben en un post sin traicionar media realidad… Y aparece una fricción nueva: no todo lo que se aprende se puede contar sin simplificarlo en exceso. Y no toda simplificación merece la pena. Ahí empieza la bajada de ritmo en el blog. La reflexión no desaparece, pero escribir deja de ser un gesto inocente.
Durante esos años, la bajada no es homogénea ni continua. Hay descensos, recuperaciones parciales, intentos de volver a un ritmo que ya no encaja del todo. Desde fuera puede leerse como irregularidad o pérdida de constancia. Vivido desde dentro, es el efecto de un trabajo cada vez más intenso, más situado y menos fácilmente exportable. Mucha práctica, mucha conversación, mucha complejidad… y menos material que merezca ser publicado sin caer en fórmulas vacías.
Y, claro, en 2020 hay un gran punto de inflexión: la pandemia y, con ella, el paso casi definitivo al trabajo en remoto. Yo diría que, al menos para mí, esto resultado ser algo más que una anécdota logística: ha sido un cambio profundo en mi forma de trabajar, de relacionarme y de aprender. Los recuerdos se confunden porque todo sucede en la misma habitación, a través de la misma pantalla. Hay mucha menos conversación informal y menos espacios compartidos donde lo vivido toma cuerpo. Ese desplazamiento también pesa en lo que publico: hay menos necesidad —y menos oportunidad— de volcar el día a día, y más acumulación silenciosa de experiencia. ¿También te pasa?
Cuando la escritura reaparece con algo más de fuerza, lo hace de manera puntual y casi experimental. Hay picos que no responden tanto a una vuelta sostenida como a la exploración de formatos o ritmos distintos que ayuden a confirmar qué tiene sentido y qué no. Es un tanteo más que un regreso pleno.
Ese tanteo no se da sólo en el formato, sino también en los espacios donde compartir. Este año he estado completamente fuera de Twitter —ahora conocido como “ese otro lugar”—, pero esto no me ha hecho especialmente más activo en LinkedIn. Sí he ido encontrando, en cambio, que Bluesky es un entorno distinto: menos activo, quizá, pero más amable. Y esa amabilidad —menos ruido, menos agresividad— se agradece cuando lo que se quiere es pensar y contrastar, no competir por atención.
Con el tiempo, no se consolida un ritmo, sino un criterio distinto. Publico en bloques, en momentos concretos donde se juntan la oportunidad y la necesidad de ordenar lo vivido. La escritura ya no aparece por obligación, sino cuando empieza a pedir ser pensada en voz alta.
El blog ya no acompaña la práctica: la decanta
Esta frase marca bien el punto en el que estoy ahora. Durante años, escribir fue una forma de pensar mientras hacía. Hoy escribir aparece cuando algo ya ha sedimentado lo suficiente como para resistir una mirada más lenta. La escritura ya no busca explicar lo que hago, sino entender qué queda cuando se aparta el ruido del día a día.
Esto tiene consecuencias. Una de ellas es que el lugar desde el que escribo ya no coincide exactamente con el lugar desde el que trabajo. La práctica sigue siendo intensa, muy dependiente del contexto, llena de fricciones y contradicciones reales; pero lo que llega al texto es otra cosa: lo que sobrevive después de pasar por varios contextos, varios intentos fallidos y unas cuantas conversaciones difíciles. Lo que resiste la tentación de convertirse en receta.
Con este cambio de foco cambian también las preguntas que me hago. Dejan de girar en torno al “cómo hacer X” y pasan a centrarse en “qué estoy dando por supuesto cuando hago X”. El interés ya no está tanto en los métodos como en las condiciones que los hacen funcionar —o los vuelven inútiles o incluso dañinos—. Más que buscar respuestas, pongo la atención en las preguntas que estructuran los problemas. Las respuestas siguen siendo necesarias, pero muchas empiezan a parecerme insuficientes para generar aprendizaje nuevo.
Por qué estos temas importan ahora
En este sentido, el blog se ha convertido en un espacio para tomar distancia de la práctica y detectar patrones que se repiten, más que para documentar lo que ocurre en tiempo real. Así, los temas de los últimos meses, algunos responden a una deuda pendiente. Llevaba tiempo trabajando con enfoques como Flight Levels o Team Topologies y necesitaba ponerlos por escrito, no tanto para explicarlos como para cumplir con ellos, para cerrar un ciclo de aprendizaje que había quedado abierto.
Otros aparecen porque necesito esos conceptos para poder seguir avanzando en los temas que ahora mismo me interesan. Wardley Mapping es un ejemplo claro: escribir sobre ello ha sido una forma de ordenar el pensamiento, de afinar el lenguaje y de construir una base común desde la que seguir explorando.
Y otros textos, sencillamente, aparecen porque sí. Porque algo pide ser pensado y compartido, aunque la motivación no esté del todo clara desde el principio.
Dicho esto, hay un hilo común que creo que atraviesa todos ellos: la necesidad de encontrar “las preguntas que NO nos hacemos”. Hemos normalizado marcos, prácticas y lenguajes que facilitan la ejecución de una manera “más ágil”, pero que al mismo tiempo reducen nuestra capacidad para cuestionar el sistema en el que operamos. Ya no me atraen ideas novedosas: creo que hay mucho conocimiento aún por articular, contrastar y aplicar a la práctica real. Pero no me interesan tanto los resultados (que también), sino los efectos de segundo orden: cómo se condiciona la toma de decisiones, qué se puede cuestionar y qué queda fuera de las conversaciones —vamos, cómo se reparte el poder—, qué tipo de aprendizaje se fomenta y cuál se bloquea… Son asuntos estructurales e ignorarlos no los hace desaparecer.
Cierre
Mirando hacia atrás (al fin y al cabo, esto pretende ser una retrospectiva), tengo la impresión de que esas tensiones que atraviesan mis artículos no son nuevas: aparecen una y otra vez en organizaciones distintas, aunque adopten disfraces diferentes. No sé:
- la dificultad para tomar decisiones en sistemas complejos,
- el uso de fórmulas y marcos de trabajo como sustituto del criterio,
- la confusión entre agilidad como capacidad y agilidad como infraestructura,
- la tendencia a optimizar localmente sin comprender el sistema que se está optimizando,
- etc.
Lo nuevo, quizá, es lo poco que las discutimos en público. Como si la comodidad de los marcos mentales hegemónicos hubiera ido ganando terreno al esfuerzo por cuestionarlos.
Puede que escribir desde aquí tenga un coste. Escribir menos implica estar menos presente en esta economía de la atención. Hacer preguntas no atrae tanto como ofrecer respuestas. No es bueno para el negocio. Asumo ese riesgo. Me resulta cada vez más difícil hacerlo desde otro lugar sin sentir que contribuyo a simplificar problemas que no lo son.
LA FOTO: Durante mucho tiempo, escribir en el blog fue casi un reflejo automático de la práctica: pasaban cosas, las contaba. Ahora no. Ahora necesito distancia, tiempo y silencio para que lo vivido se ordene un poco antes de ponerlo por escrito. El cuaderno en blanco encaja con eso. Además, el cuaderno está abierto, no cerrado. No es un diario íntimo: es una invitación a mirar, a leer, a pensar juntos.
Foto de Kelly Sikkema en Unsplash