Hace unos días comentaba con alguien que escribo en el blog porque me ayuda a poner en orden mis ideas y dejar un poco de rastro de mis experiencias. En los últimos tiempos escribo casi exclusivamente de temas profesionales. Esta semana tenía previsto escribir sobre algo que me hacía ilusión en ese terreno. Sin embargo, hoy no me sale escribir de algo así.
A mí me cuesta mucho exponer públicamente mi intimidad, especialmente si hay involucrados sentimientos intensos. Por eso me parece tan valiente lo que han hecho miles de mujeres contando en Twitter las agresiones y abusos que han recibido a lo largo de su vida. El hashtag Cuéntalo se ha llenado de mujeres de toda edad y condición compartiendo experiencias muy desagradables, tan numerosas y variadas que resulta sobrecogedor.
Me siento avergonzado por no ser consciente de esta realidad oculta, a pesar de que he oído hablar de ello muchas veces. Siempre he minimizado su impacto y he pensado que se trataban de casos aislados. Me equivocaba y me avergüenzo cuando pienso en que, de alguna manera, he sido y soy parte de ello.
Tengo dos hijos: uno de 14 y otro de 9. Con el mayor ya he tenido alguna conversación sobre sexo y pornografía. He tratado de transmitirle que el sexo es algo que puede y debe ser algo íntimo, deseado y, sobre todo, bonito, para las dos partes. También le he explicado que la pornografía no tiene nada que ver con el sexo que se hace por amor y que, en el mejor de los casos, se trata de actores y que, desgraciadamente en muchos de ellos, son violaciones que alguien graba en video y gana dinero con ello.
Me estremece pensar que quizás no esté haciendo lo suficiente. Y me estremece más aún porque no siempre he pensado así.
Por eso, aunque sea incómodo, he decidido que voy a leer #Cuéntalo con mi hijo.