A riesgo de que David Bonilla me eche bronca porque aún no he preparado el CV para Atlassian, voy a seguir publicando la serie de artículos que tenía escritos hace tanto sobre mi estancia en Melbourne, Australia.
Melbourne: Paseando entre koalas
Lo prometido es deuda, y como prometí, en este reportaje os cuento nuestra excursión por la Great Ocean Road, una carretera que bordea la costa sur de Victoria en la que los paisajes son espectaculares y hay multitud de parques nacionales con una gran riqueza de flora y fauna. Para los que les guste la naturaleza (y a los que no tanto) resulta un recorrido realmente impresionante.
Bueno, lo primero antes de nada era elegir el medio de transporte. Hubiera sido muy fácil montarse en un tren o en un autobús. Así que decidimos que teníamos que poner algo de riesgo en nuestras vidas y alquilar un coche. Aquí se conduce por el lado equivocado (en España conducimos por the right lane… bueno, no es un chiste muy bueno, pero a mi me hace gracia…). Salva, que ya había conducido por Australia hace tiempo, se puso al volante y comenzó a poner en peligro al resto de Australia. En fin, esto es una pequeña broma. Afortunadamente, Salva se atrevió a conducir, porque yo, por ejemplo, habría sido incapaz. Reconozco que soy un cobarde…
Salimos por la noche y cenamos en Geelong. Una ciudad un tanto fea, pero había que descansar… Dormimos (unos menos que otros) en un “backpackers” (mochileros). Se trata de una pensión donde compartes habitación con más gente. Nosotros éramos cuatro y pudimos alquilar una habitación para los cuatro. Habitación sin aseo ni cuarto de baño, por supuesto.
Al día siguiente nos levantamos, desayunamos fuerte y nos montamos en el coche por la Great Ocean Road. Bueno, nos perdimos un poco, pero después de comprar un mapa estupendo y preguntar a unos lugareños conseguimos iniciar nuestro recorrido como habíamos previsto. El día no acompañaba demasiado porque el cielo estaba un poco cubierto, pero la temperatura era ideal: ni frío ni calor. Los paisajes eran realmente preciosos y “teníamos” que parar cada dos por tres. Las playas de la zona son reconocidas como de gran valor para los surfistas y, aunque el agua estaba fría (doy fe), allí estaban ellos.
También nos detuvimos a ver una cascada que presuntamente era bastante bonita (luego no lo fue tanto). Empezamos a caminar y Salva comenta, como quien no quiere la cosa: “oye, deberíamos ir mirando a los eucaliptos por si hubiera koalas…”. Y dicho y hecho. Elevamos la mirada y allí había un koala. Amodorrado por el efecto narcótico de las hojas de eucalipto que forman la mayor parte de su dieta. Seguimos andando, echamos un vistazo a la cascada y a la bajada nos encontramos con una mamá koala y su cría. La estampa era, como os podréis imaginar, para hacer muchas, muchas, muchas fotos.
Si veis el mapa, el punto más al sur de la Great Ocean Road, que no de Australia, es Cape Otway, donde hay un faro bastante bien cuidado y que además es muy importante para la circulación marítima de la zona y su seguridad. El farero me explicó que con las lámparas actuales (de unos 20 cm cada una) conseguían alumbrar a una distancia de unos 20 kilómetros, pero que con unas nuevas (de unos 2 cm) conseguirían incluso más. El paisaje desde lo alto del faro era precioso y realmente espectacular. Otra curiosidad que os puedo contar es que en ese punto de Australia no hay ni pizca de cobertura de teléfonos móviles. Nada, ni Telstra (la Telefónica de aquí), ni Vodafone, ni Orange, ni Optus. Nos hemos comprado tarjetas de la compañía más barata para poder hablar entre nosotros y hemos llegado incluso a hablar gratis ni nada. Pero claro, si no hay cobertura…
Nuestro plan de viaje un poco improvisado consistía en hacer noche en otro backpackers en Port Campbell. Pero claro, entre parada y parada, la noche se acercaba. Queríamos llegar a los Twelve Apostles al atardecer para ver el paisaje iluminado con los tonos rojos del atardecer. Por eso, la visita al faro fue muy rápida y ya no nos pudimos detener a ver más koalas en el Otway National Park. Llegamos a eso de las 6 y media con el sol muy, muy abajo. Varios coches llegaban a la vez que nosotros y todos, no solo nosotros, corrimos como posesos para tener el privilegio de presenciar esa maravillosa postal. Reconozco que no soy un buen fotógrafo y que la cámara tampoco es ninguna maravilla, pero aun así, la imagen que he escogido os juro que es mía. No la he buscado en internet ni he escaneado ninguna postal. ¿A que mereció la pena la carrera?
El paisaje resulta absolutamente sobrecogedor. El sol cayendo sobre el mar y tiñendo todo de un naranja precioso hace que casi se te caigan las lágrimas y te sientas un privilegiado por poder estar allí en ese momento. Cientos de personas junto a ti pensando lo mismo en silencio porque casi ninguno se atrevía a romper la quietud del momento, salvo con los chasquidos de las cámaras fotográficas tratando de robar un poco de esa belleza.
Pero la naturaleza tiene su propio ritmo y el sol siguió bajando hasta que finalmente se hizo casi de noche. Entonces, nos montamos en el coche camino de Port Campbell. La verdad es que pensamos que el lugar en cuestión estaría más animado, pero teniendo en cuenta que el tiempo ese fin de semana no acompañó demasiado, no era de extrañar que estuviera tan desolado.
Al día siguiente el cielo amaneció espectacularmente limpio y nosotros nos animamos muchísimo porque habíamos previsto volver por la mañana a hacer fotos a los Doce Apóstoles. Sencillamente magnífico. Creo que no he disfrutado tanto de un paisaje jamás. Miraras donde miraras había algo precioso que fotografiar. Como muestra, otro botón.
Quizás os extrañe no ver surfistas por ahí. La verdad es que no creo que nadie se atreva siquiera a coger un barco por ahí. El fondo ahí es muy pedregoso y, por tanto, peligroso. De hecho, una de las historias más conocidas de la zona está relacionada con un naufragio ocurrido hace muchos años. Sólo sobrevivieron una pareja de jóvenes. Aparecieron en una pequeña cala pero con esos acantilados tan escarpados era prácticamente imposible salir de allí. Sin embargo, él consiguió escalarlos y pedir ayuda. Una historia de amor nació allí aunque finalmente ella tuvo que volver a su Inglaterra natal. Qué lástima, ¿verdad? Pero tan terrible tragedia a nosotros no nos afectó. Bueno, quizás a Salva un poco, que se quedó junto a la playa llorando por tan triste final.
Todo este paisaje es conocido como los Doce Apóstoles. En realidad no hay doce rocas ni nada por el estilo. Se trata más bien de un reclamo turístico. Cómo si lo necesitaran. Toda la costa de la zona está plagada de promontorios resultado de la erosión del agua durante miles de años. Casualmente, durante los últimas décadas, el paisaje es el que vemos ahora, pero paulatinamente va cambiando un poco todos los días. Las olas golpean sin cesar y los acantilados se van desgastando. De vez en cuando se producen desprendimientos que hacen que tengan ese aspecto de piedras talladas. De hecho, uno de los lugares más simbólicos (al que no llegamos a ir) llamado London Bridge (Puente de Londres) por su similitud con el original se desprendió hace años con visitantes sobre él. Afortunadamente nadie salió herido aunque un helicóptero tuvo que recoger a los que habían quedado aislados de la costa.
Y no solo hay puentes, sino otra multitud de figuras que la naturaleza ha modelado caprichosamente con el paso del tiempo y que nosotros podemos comparar con objetos conocidos. El perfil de la costa es realmente espectacular. Tanto que no puedo evitar añadir otra foto más a este reportaje. Pero quizás os preguntéis desde dónde demonios está hecha esta fotografía. Os dejo hasta la próxima página para adivinarlo…
Efectivamente, desde un helicóptero. Por el módico precio de 70 dólares australianos (unas 7000 pesetas, perdón, unos 40 €) te puedes dar una vuelta en helicóptero de unos quince minutos de duración. Realmente merece la pena.
Bueno, después de la experiencia aeronáutica, poco más que ir a la playa nos quedaba. Pero el agua estaba tan fría que, sinceramente, yo no me atreví a meterme en el agua. Hubo otros valientes que sí, aunque ninguno se mojó el pelo, que conste.
Con tanto paseo se nos hizo ya un poco tarde y buscamos un lugar donde comer. No fue fácil porque lo que en los mapas parece que es una ciudad resulta que es un grupo de casas alrededor de una oficina de correos. Pero bueno, no comimos mal.
Buscamos el camino de vuelta y nos explicaron un atajo hacia la autopista de Melbourne. Aún tenemos nuestras discusiones sobre quién se equivocó al tomar el camino. Estuvimos una hora (o más) buscando el dichoso camino entre explotaciones agrícolas, caminos de arena y carreteras a lo Mad Max. Pero finalmente conseguimos llegar a la autopista y poner rumbo a casa. El fin de semana había merecido realmente la pena. Ya he conseguido ver los Doce Apóstoles, surfistas y koalas y ahora me quedan por ver canguros, focas y pingüinos. Desgraciadamente no tendré tiempo de ir a ver ballenas en Ceduna (más al oeste). El día 1 de noviembre es mi último día en este proyecto, así que probablemente el próximo reportaje lo escriba entre lágrimas por tener que volver.
Bueno, espero que esta segunda entrega os haya gustado casi tanto como a mi y que empecéis a programar vuestras próximas vacaciones en Australia. Pero, un consejo, no olvidéis que el verano europeo corresponde con el invierno australiano… y no quiero ni pensar cómo puede ser el invierno (australiano) en la Great Ocean Road. Seguiremos informando…
Nota: Todas las fotografías de éste y el anterior reportajes son originales (excepto el mapa que aparece al principio de éste), pero las podéis usar todas sin necesidad de pagar por derechos de autor. Ya veis, generoso que es uno… De todos modos, y ya en serio, si alguien quiere las fotos a tamaño completo no tiene más que pedírmelas, pero aviso que son JPGs de 640×480 porque están tomadas con una cámara bastante sencillita.