Andaba Emma comentando por twitter sobre cómo pequeñas comunidades como Agile Levante, uno de los grupos de desarrollo en .NET de la empresa Aventia, con los que estuvo de desksurfing la semana pasada, o los geoinquietos de Valencia bullían regalando su tiempo para compartir lo que aprenden y para seguir aprendiendo unos de otros. Y yo le contestaba con el título de este artículo. Y he sentido el impulso de ampliarlo.
Desde hace más de dos años que se celebró el primer Agile Open Spain y el primer coding dojo de Agilismo.es, he visto crecer a la comunidad agilista en España. Ahora ya hasta tenemos libros escritos por españoles sobre el tema. (Carmen, prometo leerlo y comentar aquí sobre el libro). Pero el hecho es que, cuanto más grande se ha ido haciendo la comunidad, menos caracter comunitario tiene. Al final, los lugares donde se ve que hay “bullicio” es siempre en grupos pequeños, donde el compromiso es alto y la comunicación fluye con facilidad y naturalidad, sin necesidad de demostrar nada más que interés y cariño para que las cosas ocurran. El ejemplo de Emma y esos pequeños grupos de “peligrosos activistas antisistema” son uno más de las muchas pequeñas comunidades que existen. Como veis, algunas incluso dentro de empresas.
Ahora nos gusta llamarnos “comunidades”, pero antes (cuando yo era más joven… no mucho más que ahora, je, je) se llamaban “grupos de usuarios”. Algunas de estas comunidades se reunen alrededor de temas relacionados con la informática pero otras no. No quiero llegar al extremo de los grupos de compra de Thermomix o a los grupos de terapia para abandonar el alcohol, pero algo de eso puede que haya… de los dos extremos. El ser humano no funciona bien en escalas tan grandes como las que la sociedad actual nos empuja a manejar. En el fondo, todos necesitamos sentirnos parte de un grupo, pero cuanto mayor es este grupo, mayores son las distancias intelectuales y emocionales. Necesitamos sentirnos cerca de los miembros de un grupo. Necesitamos tener experiencias en común que nos satisfagan a todos. Y eso es lo que conseguimos en esos grupos pequeños y “bulliciosos”. Esa energía contagiosa que nos impele a hacer más y más cosas, a aprender compartiendo y, por qué no, a divertirnos juntos.
Llegados a este punto podríamos preguntarnos. ¿Por qué esta energía no se puede conseguir en las empresas? ¿No nos haría ser más competitivos? Mi respuesta a ambas preguntas es SÍ. Pero, en mi opinión, no es posible conseguirlo en grandes organizaciones donde se dificulta mucho el ejercer el poder de lo pequeño. Las empresas formadas por grupos pequeños y cohesionados de profesionales son las que consiguen destacar y ser competitivas. Claro, sus cuentas de resultados no son las de las grandes corporaciones pero… ¿a quién le importa? A mí, desde luego, no.
Es más, ni tan siquiero creo que sea necesaria la organización en forma de empresa. El otro día, Teresa lo explicaba perfectamente. Redes de profesionales que nos recomendamos unos a otros porque somos conscientes de nuestras carencias y no nos importa reconocerlas ante nuestros clientes y complementarlas con las fortalezas de otros. Yo no recomendaré nunca a una gran compañía porque no los conozco, sólo conozco a individuos, a personas, a profesionales a los que conozco bien y de los que me puedo fiar hasta el punto de recomendarselos a uno de mis clientes. Eso es la aplicación directa del poder de lo pequeño.